sábado, 31 de diciembre de 2016

Acabar y empezar, un año más




          La fecha nos obliga a algo que es sociológico, costumbrista, callejero, familiar y hasta filosófico. Algo acaba y algo empieza.
Finaliza un proceso y se inicia otro. El reloj del tiempo marca un nuevo año.
         Es notable el impacto que este fenómenos tiene en la sociedad. Hay gente que vive la Nochevieja como el momento más importante del año, algo que define un antes y un después. Hay personas, hay parejas, que sienten la imperiosa necesidad de salir, de pagar un cotillón en algún lugar público y caro. Otros celebran el cambio de año en familia, todos reunidos, con las uvas y el intercambio de los besos cuando suenan las doce campanadas. Para pocos el cambio de año es un momento intrascendente, una noche más como otra cualquiera.
         Con el año, acaba algo en el seno de la sociedad. En los días inmediatos anteriores, los medios repasan los principales acontecimientos del año que finaliza: las bodas del año; los libros, los programas de television, los acontecimientos más importantes, hasta las muertes más sonadas, del año que finaliza. Se publican series de los diez mejores deportistas, o lo diez políticos que han influido más en el año, los artistas, los economistas, los que han protagonizado hechos importantes, hasta los mejores cocineros, se agrupan al hacer recuento del año que termina.
         Del año que comienza, también se hacen previsiones. Las elecciones que se van a celebrar, las inauguraciones importantes que se esperan, los noviazgos que están fraguando, todo lo que se puede prever que acaezca en el año que se inicia. La mirada hacia adelante pretende escrutar y adivinar lo que nos va a ocurrir en el nuevo año.
         
          Existe todo un formulario de felicitaciones del Año Nuevo. He entrado en internet y me ha sorprendido encontrar una larga serie de "formas de felicitar" el nuevo año, algunas realmente cursis: "Los renos, los enanos, los pastores del belén, la mula, el buey, la virgen maría, San José, el niño Jesús, los primos, los sobrinos y yo te deseamos: ¡Feliz año nuevo!", "Espero ser el primero en felicitarte el año nuevo", "Si en esta Navidad distingues una luz muy brillante en el cielo, pide un deseo de FELICIDAD para el mundo entero!", "Este año tampoco me han crecido alas para ir al cielo, pero tengo palabras para decir ¡Te quiero! ¡Feliz Año Nuevo 2017!",... La serie es mucho más larga. Sorprende que la gente tenga que acudir a estos formularios estereotipados, cursis y tan ridículos; pero admira también que el deseo de felicitar por el año nuevo haya permeabilizado tanto en la sociedad.
           Detrás de todo esto está la realidad filosófica del tiempo y el espacio, lo que nos constituye como humanos y como limitados. Dios está fuera del espacio (=está en todas partes) y fuera del tiempo (=para Él todo es presente). Los humanos estamos limitados a un lugar y a un momento: ni el pasado, ni el futuro, sólo el presente está en nuestras manos. Esto explica la parafernalia de uvas, champán, confetis, trititraques y fuegos artificiales, que usamos para atrapar de alguna manera el paso de un año al otro, para asirnos al presente que deje atrás lo malo del pasado y que augure lo bueno de lo que está por venir.
          Luego está también el fenómeno de la celebraciones cíclicas, algo que afecta de forma importante también a la liturgia católica. Periódicamente celebramos los cumpleaños, los aniversarios, las conmemoraciones de hechos importantes, como queriendo inmortalizarlos. Cada año celebramos también la Navidad, como si anualmente se celebrase el Nacimiento de Jesucristo. Es claro que Jesucristo, al resucitar, recuperó su condición divina y está ya fuera del espacio y el tiempo; pero a los humanos nos está permitido recordar y celebrar que, en un lugar y en un año concreto, nació un Niño, como manifestación del Amor sin tiempo de Dios hacia los humanos.
          Con un sentido más laico, en la celebración del Año Nuevo, dentro de una desbordante manifestación de colorido y folclorismo. Con un sentido más hondo y creyente, al conmemorar la Navidad, en una conmemoración que inicia y da sentido a todo el año litúrgico. Pero en ambos casos celebramos, con mucha intensidad, un momento que hace estallar las capacidades del presente, algo que desborda los límites de lo humano, algo que nos sitúa más allá del tiempo y el espacio que limitan la condición humana

 

lunes, 26 de diciembre de 2016

¿Navidad degradada?

                                                                             
      
          No conozco personalmente las fiestas de San Fermín. Pero desearía haberlas vivido directamente en Pamplona, porque probablemente me ayudarían a comprender mejor lo que ahora ocurre en todos sitios con la celebración de la Navidad. El origen religioso de la Navidad se ha desvirtuado dentro del macro-ambiente de las Fiestas sin más, que hoy celebra mucha gente. 

         Descubro un comportamiento al parecer directamente intencionado de laicizar el tiempo navideño. La luces que invaden las calles han descartado del todo los motivos de alguna manera relacionados con la Navidad cristiana que tuvieron en otros tiempos. Ya no hay renos, estrellas, angelitos, ni siquiera la mención de la palabra "Navidad", sino luces con figuras geométricas no siempre de buen gusto, a lo más iluminaciones con goteos titilantes y la mención neutra de "Felices Fiestas". La iluminación además se inicia mucho tiempo antes, en el mes de noviembre, e incluso los encendidos oficiales se hacen antes de la celebración de la Inmaculada, que en otros tiempos marcaba el inicio de la celebración de la Navidad.

         El carácter dominante ahora es el comercial. Los establecimientos y las marcas -sobre todo, las alimentarias, las de juguetes, las de perfumes y de regalos similares- saben que en este tiempo tienen un alto porcentaje de sus ventas anuales, y van a por todas en publicidades y en toda suerte de reclamos para llamar la atención de sus posibles clientes. Los números extraordinarios que en estos tiempos suelen sacar los medios impresos tienen su origen, más que en los contenidos de alguna manera navideños, en servir de soporte para la invasión de publicidad que se origina en este tiempo.

          La concentración familiar es otro tema importante en estos días. Los miembros dispersos de las familias se reúnen alrededor de los padres, si aún viven, o en los primitivos hogares familiares, muchas veces en los pueblos o en los campos donde se originaron las primeras procedencias. Estos días he visto en los telediarios los grandes abrazos producidos en los aeropuertos o en las estaciones, al volver a los lugares de origen los miembros de la familia que viven en el extranjero o en otros lugares alejados por motivos de estudio o de trabajo. Las familias intentan reunirse en la Navidad, y, cuando no pueden hacerlo por cualquier causa, sienten muy particularmente en estos días las ausencias.

         En la sociedad española actual, ¿cuánta gente descubre y vive la connotación religiosa en la celebración de la Navidad? Es cierto que en la Misa del Gallo -muchas veces con horarios adelantados, para dar más facilidades a los participantes- y en otras celebraciones religiosas de estos días, aumenta algo el número de los asistentes. Pero, en cualquier caso, la participación no es mucho mayor que la de los reducidos porcentajes que acuden normalmente a los templos. En muchas familias, el árbol y el Papá Noel, como nuevos sustitutivos de los símbolos cristianos, han desplazado a los Nacimientos.

          ¿Es todo esto radicalmente negativo? Es desde luego una clara manifestación de la creciente secularización de la sociedad actual, en la que lo negativo se mezcla indisolublemente con algunos rasgos más positivos. El que se cribe lo auténtico de lo meramente aparente, la religiosidad verdadera de la que era sólo postiza y superficial, no resulta negativo sino manifestativo de una sana libertad interior de las personas con sus conciencias. El que los que acuden lo hagan más de verdad es un signo positivo de la religiosidad actual.

          Por otra parte, no se puede exclusivizar la religiosidad actual con la asistencia a los templos o con las prácticas externas. Sólo Dios conoce el fondo de los corazones, y diagnosticar el grado de religiosidad existente en las personas no se puede realizar atendiendo sólo a los comportamientos mas superficiales. La Navidad es precisamente un tiempo en el que se remueven los rescoldos religiosos, incluso entre los no practicantes, entre los que no acuden regularmente a las Iglesias. La puesta de los Nacimientos en los hogares o la misma celebración de las reuniones familiares, ocultan en ocasiones vagos e imprecisos sentimientos "a lo divino", el nombre del imperecedero villancico canario. No se puede olvidar que, en los relatos evangélicos, los que perciben el reclamo de la estrella y acuden a adorar al Niño en Belén, no fueron los religiosos de aquellos tiempos sino los pobres pastores y los magos, que eran paganos y no miembros del pueblo sagrado judío.

          La laicización progresiva de la Navidad es un hecho innegable, pero ante el que no cabe sólo el escandalo. La completa parafernalia que actualmente despliega la Navidad, en general, no es toda mala, porque extiende además sentimientos de paz, de mayor vinculación familiar, de solidaridad y de otros comportamientos, que, aunque no lleven siempre en marchamo cristiano, no son malos y en muchas ocasiones resultan incluso claramente buenos. Es cierto que el aluvión comercial es descaradamente excesivo, pero hay otras manifestaciones que equilibran un resultado total del conjunto, que probablemente no es negativo.

          Para los creyentes, por lo demás, el recuerdo del nacimiento de Jesucristo, la aparición actualizada del Amor del Padre, sigue constituyendo la esencia de la Navidad, algo que es siempre Buena Noticia, que proporciona profunda alegría y que justifica sobradamente los deseos de felicidad que en estos días todos nos prodigamos.   

        


sábado, 17 de diciembre de 2016

¿Es posible saber lo que pasa en el mundo?

 
          De mal gusto resulta que un médico hable mal de la medicina, un juez de la judicatura o un cura de la Iglesia. Y hasta inverosímil parecería que un miembro de la ETA, de BILDU o de la CUP despotrique contra del independentismo. En tono menor, tampoco se concibe que un sevillano bien pagado de su ciudad critique a Sevilla. Con todo, siendo periodista, voy a hacer hoy una excepción con un comentario crítico contra el periodismo. Con los informes que aparecen en los medios, ¿resulta posible saber lo que ocurre de verdad por el mundo? ¿Nos ofrecen los medios caminos suficientes para conocer la realidad? ¿Es la información siempre operativa?

 
Información sobre Siria
          El caso más fragrante de la insuficiencia de los medios para descubrir la realidad tal vez esté en la información ofrecida sobre lo que ha ocurrido y está ocurriendo en Siria. Hace ya muchos meses, cuando empezaba el conflicto y la virulencia crítica contra Bashar Al Asad era todavía más aguda que ahora, me sorprendió una comunicación del obispo responsable de la Iglesia católica en Siria -publicada en muy pocos medios- que no echaba toda la culpa de la situación al Presidente Al Asad sino a la falta de diálogo y colaboración entre todos. Posteriormente, sobre el desarrollo de la guerra, prácticamente todas las informaciones que aparecían estaban dirigidas contra Al Asad, atribuyendo siempre los horrores de la guerra al gobierno sirio. Se prodigaban además las informaciones de un Observatorio Sirio de Derechos Humanos, todas dirigidas a destacar las muertes y calamidades realizadas por el ejército sirio. Las informaciones desde el interior de Siria y de fuentes cercanas al gobierno sirio, eran prácticamente inexistentes. Una entrevista directa al Presidente Bashar Al Asad que se atrevió a realizar hace meses EL País recibió múltiples críticas, a las que tuvo incluso que responder la Defensora del Lector. Las críticas estaban aplastantemente realizadas desde un sólo sector y furibundamente encaminadas a denigrar al otro sector.
 
         Ante este fenómeno "informativo", la sorpresa aumentaba al ser de sobra conocido que Estados Unidos estaba enrocado en exigir la destitución de Al Basar y que la Unión Europea le secundaba, mientras que Rusia e Irán en cambio respaldaban y apoyaban el gobierno de Siria.
         La confusión ha culminado, al final, con la "información" sobre el armisticio conseguido para la evacuación de "civiles y milicianos de los barrios rebeldes". ¿Quiénes son los que son evacuados de su propio país? ¿No era la guerra principal contra el Estado Yidahista? ¿Quiénes eran entonces los llamados "insurgentes" que ocupaban los "barrios rebeldes"? ¿Quién se defendía de quién: los insurgentes de Al Basar, o Al Basar de los que desde el propio territorio sirio le atacaban?. Las informaciones sobre el armisticio logrado se han hecho con entrecomillados irónicos sobre la "victoria" o la "liberación" de Alepo proclamadas por el Presidente de Siria. Incluso he leído en una crónica de un corresponsal de ABC -ya desde el mismo Alepo- que los que obstaculizaban la evacuación de sirios eran otros sirios, que demandaban no se dejasen salir inmunes a los causantes de las tropelías de la guerra: "Yo no quiero que se marchen así, exijo justicia y que paguen por lo que han hecho. ¡Justicia y venganza, que paguen por la muerte de mi hijo!".

        En medio de esta confusión informativa, llegar a enterarse de lo que ha pasado y está pasando en Siria y  en Alepo resulta muy difícil, prácticamente imposible.
 
Otros puntos oscuros
          El caso de Siria es el más reciente y sangrante, pero hay otros casos sobre los que la insuficiencia informativa resulta también evidente. Todas las "sorpresas" que se han producido últimamente -el Brexit británico, el plebiscito colombiano, el triunfo de Trump, el referendum de Italia- manifiestan que la información que se había dado previamente sobre esta realidades había sido insuficiente, que se había dado sólo desde un solo sector y silenciando lo que opinaban los que después ganaron en las urnas. Los medios -y las agencias de opinión- se han demostrado insuficientes, ineficaces, incapaces de desentrañar lo existente en la realidad.
         Quiero añadir que la información religiosa y eclesial manifiesta una enfermedad semejante. Lo que se ha dicho y lo que se está diciendo sobre los Papas antecesores y sobre Francisco, resulta también peligrosamente confuso. Los que antes alababan indesconsideradamente la figura del Papa, ahora están muy callados; los que ahora se muestran muy satisfechos y encomian las palabras y los hechos de Francisco, antes se manifestaban muy críticos y hablaban mal de la Iglesia y de lo que hacían sus máximos representantes. Tampoco resulta fácil orientarse y llegar a la entraña de la realidad en los temas religiosos y eclesiales.
 
Carencias informativas
          Resulta espinoso hablar de las carencias de las que adolece la información, de los defectos que sin duda tiene la información publicada.
 
         El problema está más en los medios empresariales que en los propios informadores. Un periodista está siempre condicionado por el medio en el que trabaja. Existe una censura, indefinida y no escrita, que le dice a cada periodista lo que puede y lo que no puede decir en el medio en el que trabaja. La elección y la directriz de las informaciones, además, las da la empresa, que es la que decide de qué hablar y cómo orientarlo.
         Existe también la influencia de lo "políticamente correcto", que presiona tanto a las empresas como a los periodistas. Esta presión subliminal e imprecisa se ejerce no sólo en el campo de la política, sino en el terreno religioso -para algunos, no se pueden alabar los comportamientos religiosos y hay siempre que desautorizar o silenciar todo lo confesional-, en el campo de las costumbres, de las modas, de lo que ahora procede hacer y de lo que resulta claro que hay que denigrar. Por todo esto, cuando no resulta posible prestar atención a los medios contrapuestos -en la España actual, simultanear EL País y el ABC, escuchar a la SER y a la COPE, seguir TVE y al Canal 6, por concretar algunos ejemplos-, el llegar a la entraña de la realidad se vuelve muy difícil. Las carencias informativas, cuando no se pueden subsanar, resultan muy peligrosas.
         Al final, cada uno termina acudiendo al medio con el que está personalmente de acuerdo. Pero es necesario, al menos, ser consciente de ello. Es mejor subsanarlo, tomando contacto con medios alternativos y contrapuestos. Y cuando esto no resulta posible, cuando la información que se nos suministra es sólo monocolor, resulta también conveniente ser consciente de ello, al menos para no sacar conclusiones definitivas y apodícticas sobre temas que presumiblemente nos llegan muy manipulados.
 
Conclusión
          ¿Es posible, pues, saber lo que pasa por el mundo? Muchas veces, no. Por eso este humilde y sencillo aviso para navegantes, para no naufragar en el intento de una información completa y objetiva, cuando ésta no resulta posible.

domingo, 11 de diciembre de 2016

INCINERACIÓN, ¿por qué tan restringida su autorización?

     
 
            La muerte siempre es un asunto, para algunos muy molesto y para todos algo escabroso. Hay quien prefiere que no se hable de esto, que ni siquiera se toque el tema. Pero la muerte es también una realidad muy relacionada con lo sagrado, algo que a todos inspira un respeto profundo, merecedor de consideración y de análisis.

          Alrededor de la Fiesta de los Difuntos, concretamente el pasado 27 de octubre, la Congregación para la Doctrina de la Fe -antes, Santo Oficio- hizo pública un escrito, que había sido significadamente suscrito el pasado 15 de agosto, el día de la Asunción, calificada como  "Instrucción acerca de la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de cremación". Por estar relacionado con la muerte, el escrito adquiere ya cierto morbo y, por su contenido, plantea además algunos interrogantes que merecen ser considerados.

          La filosofía existencial miró de frente al final de la vida y formuló la sentencia de que "el hombre es un ser para la muerte". La visión cristiana de la existencia afirma, en contraposición, que "el hombre es un ser para la vida", para la vida resucitada. La Instrucción vaticana que ahora comento destaca muy acertadamente que la muerte está relacionada con la resurrección: el titular del escrito es "Para resucitar con Cristo", Ad resurrectionem cum Christo. La vida humana, en efecto, no tiene sentido para el creyente si no se la considera como el capítulo primero, de una historia que no tiene fin, que es para siempre. Esta visión es fundamental para el cristiano, y el escrito eclesial de ahora lo deja muy claro desde el comienzo y sitúa además en su contexto todo lo que sigue.

          Y en lo que sigue, es donde surgen los interrogantes. Porque esta Instrucción valora la incineración como una alternativa segunda, claramente pospuesta a la del enterramiento. La inhumación -el nombre técnico del enterramiento del cuerpo completo- es en primer lugar la forma más adecuada para expresar la fe y la esperanza en la resurrección corporal (nº 3). Más adelante, lo afirma tajantemente: La Iglesia sigue prefiriendo la sepultura de los cuerpos, aduciendo una razón no del todo evidente: porque en ella se demuestra un mayor aprecio de los difuntos (nº 4). Y al comienzo del escrito ya deja claro que éste pretende reafirmar las razones doctrinales y pastorales para la preferencia de la sepultura de los cuerpos (nº1).

          Es cierto, e importa mucho destacarlo también con rotundidad, que esta Instrucción acepta sin embargo claramente la alternativa de la incineración, no se opone a su práctica. Pero la aprueba sólo por razones de tipo higiénicas, económicas y sociales, no dejando clara la absolutamente libre elección entre uno y otro procedimiento.
 
          La autorización contenida en esta Instrucción tiene el precedente de la que otorgó la Iglesia en 1963, durante el pontificado de Pablo VI, en una similar Instrucción titulada Piam et Constantem, que ya afirmó -casi con más rotundidad que ahora- que la cremación no es contraria a ninguna verdad natural o sobrenatural; pero añadiendo a las mismas razones higiénicas o económicas justificadoras una tercera motivación, expresada más explícitamente: o a cualquier otra razón, bien sea del orden público como del privado, frase más abierta que las sociales, indicadas como tercera justificación por la Instrucción actual.

          El razonamiento que hay para que la autorización de la incineración esté condicionada y restringida a ciertas razones, el que no sea un permiso abierto y general, trae severas consecuencias para el posible uso que después se pueda hacer de las cenizas. Aunque considera legítimas las razones expuestas para la incineración, añade que, por regla general, las cenizas del difunto deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente (nº 5). Esta afirmación tan clara excluye -no está permitida, es la expresión usadaotras localizaciones posibles: el propio hogar, que sólo se permite en caso de graves y excepcionales circunstancias, que deben ser reconocidas expresamente por las autoridades eclesiales competentes; la dispersión en el agua, en la tierra o en el aire, las prácticas más comunes, u otras fórmulas más sofisticadas también especificadas. A estas prohibiciones se añade además la poco misericordiosa y tan complicada de llevar a la práctica medida de negar las exequias cristianas, cuando los procedimientos señalados hayan sido previamente dispuestos por el difunto por razones contrarias a la fe cristiana (nos 6-8).

         Los interrogantes que estas limitaciones plantean se hubiesen podido solventar si, a las razones higiénicas, económicas y sociales, se hubiesen añadido también unas posibles razones pastorales, lo cual excluiría la absoluta prioridad valorativa del enterramiento de los cuerpos y concedería una práctica libertad entre ambos procedimientos. Esto permitiría, además, encajar mejor los columbarios instalados ya en muchas Iglesias, la opción de sacerdotes y no infrecuentes personas de Iglesia que optan ya por la incineración, e incluso dejaría abierta y sin contraindicaciones el que a un obispo o a un Papa futuros les pueda dar también devoción el que sus cuerpos sean incinerados después de su muerte, por simple preferencia personal o incluso para evitar así cualquier forma de culto posterior. Si la incineración resultase de esta manera tan perfectamente escogible como la fórmula de la inhumación, se purificaría además mucho mejor la concepción del más allá, desconectándolo por completo de la conexión con el cuerpo terrestre y dejando además más abierto el misterio todavía impenetrable de lo que para nosotros supondrá la participación del ya cuerpo incorruptible en la vida para siempre resucitada y junto a Dios.

          La sutil jerarquización de los escritos vaticanos sitúa la Instrucción de una Congregación, por debajo de lo que es una Carta o una Exhortación Apostólicas, firmadas ya por el propio Papa, y de una Encíclica, de aún más valor pero todavía por debajo de una Declaración ex catedra, la única para la que la Iglesia demanda una adhesión por fe. La actual Instrucción Para resucitar con Cristo hay que considerarla, pues, con gran respeto y hay que saber encontrar en ella los grandes valores que aporta para considerar la muerte a la luz de la resurrección, aunque con modestia se puedan presentar también los interrogantes que plantean algunos extremos de la misma. 
 
         A determinados escritos vaticanos, la historia posterior los ha considerado como cantos del cisne, como alabanzas de costumbres casi del todo periclitadas, como el escrito en defensa del latín que se publico durante la última época del santo Juan XXIII, cuando la lengua latina estaba ya en franca decadencia en la Iglesia; o el reciente escrito vaticano recortando las manifestaciones del saludo de paz en las Eucaristías, siendo éste el rito que el pueblo ha recogido con más entusiasmo de todo lo que pretendió la reforma litúrgica posconciliar. Se podrían poner más ejemplos, porque la historia de la Iglesia avanza muy lentamente, con sucesivos pasos hacia atrás y hacia adelante, pero en una progresión final siempre recta y guiada por el Espíritu.     

         

sábado, 3 de diciembre de 2016

HA MUERTO PETER-HANS KOLVENBACH

Peter-Hans Kolvenbach es para muchos un desconocido, un rostro y un nombre raros, que no provocan resonancias. Al haber sido 24 años General de la Compañía de Jesús, para el entorno de los jesuitas, sí es un hombre importante, tal vez esté incluso unido a recuerdos personales. Visitó nuestro país en diversas ocasiones –para hacerse presente en las cinco circunscripciones, Provincias, hasta hace pocos años todavía existentes en España- y esto dio ocasión a que muchas personas participaran en algunas de sus intervenciones públicas. Con todo, incluso en este entorno, es un nombre menos conocido que Pedro Arrupe o Adolfo Nicolás, su antecesor y su continuador en el mismo cargo, hombres tal vez más familiares por acá por ser de origen español. Los medios españoles se han hecho bastante eco de su muerte, ocurrida hace ya hace días. Pero ahora puede ser un buen momento para el análisis, para contemplar desde detrás de la vidriera, algunos perfiles de su personalidad. 1. Austero. Impresionaba mucho de su personalidad, la austeridad. Viajaba mucho por todo el mundo con un equipaje exiguo, una carterilla de mano, en la que sólo podrían caber los útiles de aseo y poco más. Solía usar una sotana romana muy negra –sin pretenderlo, dando así pábulo a la leyenda del papa negro- y, en ocasiones, un clergyman también negro, bastante raído. Al viajar no visitaba monumentos, se concentraba en el objetivo único de sus visitas: en una ciudad andaluza, los que le llevaban en el coche se empeñaron en pasar por alguno sus monumentos paradigmáticos, y Kolvenbach aprovechó para ojear las notas del discurso que tenía que pronunciar a continuación, sin apenas mirar las maravillas arquitectónicas que pretendían enseñarle. 2. Curioso. La austeridad no está reñida con el ansia de saber cosas, con la curiosidad. Kolvenbach era un hombre muy abierto a la realidad, muy atento a lo que le decía el que estaba hablando con él, muy interesado por las personas y por los asuntos. Una original muestra de su curiosidad era que, que en sus frecuentes viajes en avión, se iba siempre al aeropuerto mucho antes de la hora de salida del avión, para zambullirse un buen rato en la observación del muy variopinto mundo que siempre ofrecen las terminales. 3. Sajón. Era un hombre radicalmente sajón, poco latino. No entendía los circunloquios, las frases introductorias de cumplido. En su conversación, iba al grano directamente. Me impresionó oírle una vez constatar que, en los escritos de un mismo texto traducidos a distintos idiomas, siempre ocupaban muchos más renglones y páginas los vertidos a las lenguas latinas que los traducidos a las lenguas sajonas. De forma semejante, él era parco en palabras inútiles. 4. Obediente y libre. Su rasgo tal vez más definitorio como General de los jesuitas es que logró normalizar y suavizar las relaciones entre la Compañía de Jesús y la Santa Sede, que durante el último periodo de Arrupe se habían tensionado sorpresivamente. Con su personalidad sin dobleces, con sus aceptación voluntaria y consciente de todo lo que provenía de las más altas instancias romanas, con su obediencia muy radicalmente entendida, disipó los nubarrones que se habían podido fraguar con anterioridad y reestableció el clima de mutua confianza, tradicional desde siempre entre los jesuitas y el Papado. Con Benedicto XVI tuvo unas relaciones cercanas y cordiales, facilitadas por el hecho de que ambos se comunicaban en su lengua materna alemana. Kolvenbach, sin embargo, mantuvo siempre una libertad que impresionaba mucho –particularmente, a los latinos- por hablar sin ambages ni disimulos tanto sobre la Compañía de Jesús como sobre la Santa Sede. Cuando Francisco, en la reciente Congregación General 36, le pidió a los jesuitas que fuesen obedientes y libres, sin pretenderlo trazó tal vez el rasgo más característico del Generalato de Kolvenbach. 5. Humor. Los rasgos anteriores podrían hacer sospechar que Kolvenbach era una personalidad adusta, de trato difícil. No era así. Su memoria prodigiosa le permitía recordar las personas y aún las conversaciones, lo que facilitaba mucho el trato con él. Pero además jalonaba frecuentemente su conversación de detalles de humor, distensionadores de cualquier rigorismo. Una anécdota, para terminar. En su visita a Úbeda, me tocó hacer su presentación en el salón de actos repleto de público de la SAFA, la Institución jesuítica que estaba visitando. Pensé que hablando de prisa en castellano, le costaría entender lo que estaba diciendo para la gente que asistía al acto. Cuando salimos del salón de actos, ya sin público, me dijo con humor cariñoso: - En su presentación, ha dicho tres cosas que no son verdad: 1) Que yo soy holandés. Es como si yo le dijese a Vd., siendo andaluz, que es castellano: yo no nací en Holanda, sino en una de las otras dos regiones –autonomías, decimos acá- también existentes en los Países Bajos. 2) Que yo soy filólogo: soy sólo lingüista, que es algo distinto. 3) Ha dicho que tengo 73 años, y tengo 74: para calcular su edad en aquel momento yo había visto sólo su año de nacimiento, sin tener en cuenta los meses. Tres toques de humor, que rompían por completo el formalismo. Ha muerto Peter-Hans Kolvenbach, un gran P. General de los jesuitas, una personalidad desde luego no latina, pero un hombre entrañable situado más allá de todos los formalismos.